lunes, agosto 18, 2008

El fusilamiento de Cristo.



De pronto se escuchó la voz de mando de una mujer e inmediatamente el tronar de ocho disparos gatillados simultáneamente.
Era el 28 de julio del año 1936.
En el Cerro de los Ángeles, casi en el exacto centro geográfico de España y a apenas unos kilómetros de Madrid, un pelotón de milicianos del Frente Popular Republicano había consumado un fusilamiento tan sórdido como imbécil.
Fusilaron a Cristo.
Levantaron sus fusiles, apuntaron y fusilaron el monumento al Sagrado Corazón de Jesús que había sido erigido allí en 1919. Se había convertido en costumbre, también, fusilar crucifijos en conventos. Mientras, toda España estaba en llamas. Se estaban matando a mansalva. Los que no creen masacraron a los que creen y los que creen masacraron a los que no creen. Por supuesto, todos se acusan mutuamente de haber tirado la primera piedra. Por supuesto, todos le echan toda la culpa al otro. Y, por supuesto, todos afirman que la atrocidad cometida no es más que una justa represalia por la atrocidad sufrida.
Luego, el 7 de agosto, dinamitaron el monumento al Sagrado Corazón.
Sin embargo, parece que Dios no detuvo el reloj del universo. No se vengó de quienes lo habían fusilado. Al día siguiente, simplemente, permitió que volviese a salir el sol.
Cuando los deicidas vieron ese sol, quizás comprendieron que habían fracasado, después de todo.
Ya Anatoli Vasílievich Lunacharski (1875-1933), había dirigido un juicio en 1917 que el estado soviético realizó en contra de Dios, utilizando su cargo de comisario de educación. Se dice que se acusó a Dios de crímenes contra la humanidad. “El jurado le encontró culpable y procedieron a dictaminar veredicto: muerte por fusilamiento”.
Pero los deicidas siempre fracasan. Están condenados a fracasar.


..extraido de Agenda de Reflexion,Argentina.